En esta mañana de Noviembre, de trabajo y atención a nuestra clientela, como la de tantos otros días _y van muchos ya este año_, en el no parar de cada jornada, te van llegando noticias del mundo exterior: que si a no sé quién le dio un infarto, que si tal “zona” ha perdido los papeles (otra vez)… En fin, para nada lo normal, pero sí lo tristemente habitual de un día entre semana.
Pero cuando te atizan en todo lo alto con la confirmación de que alguien ha entrado en una oficina de una sucursal cualquiera, en un pueblo cualquiera y ha matado a tiro limpio a un compañero joven, de sólo cuarenta años, es cuando te paras a pensar si estamos en el camino correcto. O si, para algunos, no valemos nada.
¿Es normal que alguien pueda proceder así y que un empleado de una gran entidad esté expuesto a tal atrocidad? ¿Es normal que, en la época de las concentraciones de oficinas, nadie se haya parado a pensar en el incremento del riesgo que, en sus múltiples manifestaciones, ya se está dando?.¿Es normal que la agresividad comercial que ciertos arreadores arreados nos haya hecho perder los mínimos de convivencia y respeto personal y sigamos, los representantes del personal, recibiendo a diario quejas y temores de quienes se sienten acosados?. ¿Qué hay de todo después de una muerte o de un infarto?.¿Tienen la culpa nuestras familias a las que, por más que se lo expliques, nunca entenderán que no salgas a la hora, que llegues de mal humor, que no estés presente en los eventos escolares o extraescolares, que te quedes de baja por depresión o que te manden al paro y te limen el jornal por no hacer la pelota o porque te ha tocao?. ¿Es normal tratar a personas adultas y, como se decía antes, quizás además mayores en edad, dignidad y gobierno personal, como si fueran niños y niñas a las que atemorizar en un aula de un colegio antiguo por no hacer lo que se les manda sea esto lo que se debe hacer o sea, simplemente, “porque yo lo mando”?.
Es ya momento de reflexionar. Ahora, más que nunca. Hay un compañero asesinado. Y siguen existiendo presiones tan absurdas como moralmente indecentes para vender, compromisos personales dependientes de terceros e infartos. Y más cosas. Paremos el carro. No nos hagamos daño. Seas hoy quien seas en el banco, que no en esa vida plena de la que posiblemente careces, cuando tengas que declarar ante un juez por haber hecho una presunta mala praxis con clientes o cuando un compañero o compañera harto o harta de ti te haya llevado personalmente al juzgado, el banco dirá que eran cosas tuyas personales. Que nadie te mandó hacerlas así de mal. Esto funciona así. Nunca olvides que enfrente y dentro de ti, había una persona. Y es seguro que, fuera del trabajo, aún, esa persona esté. Que sobreviva al ruido. Búscala y, si la encuentras, no la abandones a suerte ajena.
Descanse en paz nuestro compañero y que su muerte, siendo horrorosa, agite conciencias. Tenemos que volver a hacer más humano todo esto. La clientela lo agradecerá. Y el negocio también.